Esto podría haber acabado bastante mal…
Los personajes de esta historia somos:
- Una vecina súper simpática, atenta, siempre risueña, de unos cuarenta y largos, poquita cosa, pero de las que se hace notar sin quererlo por la vitalidad que desprende.
- Un vecino (muy) cachas, el marido de la vecina, que también debe rozar los cincuenta, de lo más cachondo, y OJO, que supera el 1’90 y… no sé… que rondará los 100 kilos de puro músculo. Una bestia parda, de los que impresiona. Y muy de la coña –afortunadamente para mí.
- Un servidor, que está ahí a un par de centímetros del 1’90, pero de naturaleza larguirucha y enclenque (solo hay que fijarse en mis muñequitas y tobillitos), y con tendencia a hablar con demasiada confianza.
¿Qué podía salir mal?
Antes de ayer, mientras paseaba a Lula, mi chihuahua, me encontré con estos vecinos.
Encontrarte con vecinos mientras paseas por tu barrio no tiene nada de especial.
Lo que pasó después sí.
Todo el mundo sabe que hay dos tipos de vecinos.
Hay vecinos con los que te saludas y ya está.
Y hay otros con los que te paras a charlar un rato.
Pues estos son de los segundos.
Y eso hicimos: pararnos y hablar.
En estas, él, que parece un personaje sacado de Conan el Bárbaro (en serio, es súper auténtico), me suelta a mí, que podrías asociarme fácilmente con Fido Dido, el del Seven Up:
–Oye, pero estás muy moreno, ¿no?
–Puede ser, jeje. Ya sabes lo dura que es la vida. Paseítos con la perra, llevar a la peque de aquí para allá, moverme un par de horas por la mañana en la playa… –le contesto guiñándole el ojo.
Nos reímos los tres.
–No, ahora en serio. Es de eso. Piensa que todos los días aprovecho todo el tiempo que puedo para moverme al aire libre, que mi curro depende en parte de estar en forma.
–Ah, sí. Es verdad. Tú te dedicabas a algo de esto, ¿no? Eras entrenador, ¿verdad? –me pregunta interesado.
–Bueno… Algo así. Hace años sí, pero ya no, en realidad.
–¿Y qué haces ahora? –dice mi vecina, con una curiosidad sincera.
–Uff… Cómo te lo explico… Mira, te lo resumo. Enseño a la gente a moverse. No a entrenar per se y ya está. A moverse. Y trato de promover que ese movimiento sea lo más variado posible. Y que la gente le saque provecho a lo mejor que tiene cada una de las posibilidades que tenemos a nuestro alcance.
Se quedan un poco con cara de póker.
–A ver… que parece muy sofisticado todo esto. Siendo más prácticos… pues cojo cositas de la calistenia, de la gimnasia, de las artes marciales, de la danza, del yoga o de lo que sea, saco lo mejor de ellas, y hago un mejunje. Lo enseño. Y así quien lo practica pues puede disfrutar de un cuerpo versátil, por así decirlo, sin más.
–Vamos, hacer un poquito de todo –responde él.
–Sí, puedes verlo así. Y sobre todo pensando en la longevidad, en poder mantenerlo durante el tiempo, a largo plazo.
–Ya, claro. Es que nos machacamos demasiado, ¿no? –dice ella mirándole a él, como cantándole las cuarenta.
–A ver, ¡jaja! Yo no soy nadie para decir nada –contesto levantando los brazos en plan «has sido tú la que has preguntado; yo me lavo las manos y no me responsabilizo de las consecuencias».
Y ahora es cuando me vengo arriba.
Porque estas cosas me entusiasman y pierdo la cabeza…
–Pero es que, a la larga, no puedes ir así por la vida…
Y me pongo a caminar por la rambla en modo cruasán de gimnasio, sacando pecho y abriendo la espalda como un pavo real, dejando pasar el aire por los sobacos y aguantando la respiración.
–…y luego pretender, no sé, poder levantar los brazos por encima de la cabeza con facilidad, agacharte cómodamente o alcanzar el suelo sin que nada de tire o la espalda se queje.
Todo esto gesticulando, claro.
Se hace el silencio.
Los dos me miran fijamente con los ojos bien abiertos.
Sobre todo él.
Me doy cuenta de lo que acabo de hacer.
He metido la pata hasta el fondo.
Lo he hecho con toda la buena intención del mundo, solo en “modo descriptivo”, sin pretender burlarme de nadie.
Pero es que acabo de IMITAR la manera de moverse de mi vecino.
En su cara.
Ese vecino que me saca medio palmo y más de 20 kilos de puro músculo y con unas manos enormes que podrían aplastarme de un solo manotazo.
Me mira.
Y con una sonrisa resignada dice:
–Ya tío, si es que lo noto que no puedo seguir así. Pero es que lo de hacer estiramientos me aburre que te cagas y, además, no puedo dedicarle tanto tiempo.
Uffffff.
Respiro aliviado.
–Ya, te entiendo. Pero es que ese es justo el problema. Que todo el mundo piensa que hay que estirar y dedicarle un montón de rato a estas cosas, cuando no es cierto. A ver, durante un tiempo invertir un par de días a la semana para mejorar algunas cositas sí. Pero luego, cuando ya tienes buena movilidad de base, sin contorsionismos ni nada épico, ¿eh?, pues mantenerlo solo te lleva entre 5 y 10 minutos al día. Y además, si te habitúas, sienta tan bien que luego ya ni te lo planteas…
Y le explico más cositas sobre Movilidad Natural.
Y termina pidiéndome la web del Laboratorio, que a lo mejor se apunta al próximo grupo y todo.
Madre mía, cómo podría haber terminado esto…
Pero mira, al final, hasta el más tieso puede ponerle cabeza a estas cosas.
Rober
PD: todo lo que le expliqué después, en el enlace.