Lección clave de un amigo escalador profesional

Hace unos años, casi veinte, cuando todavía era un pipiolo y empezaba a trabajar en lo del fitness, tuve la gran suerte de tener de compañero de trabajo a Lluis.

Lluis era (y es) un tipo peculiar, con tal cantidad de vida, de sabiduría, de experiencia a sus espaldas, que incluso abrumaba.

Había estado trabajando unos años en Boulder, Colorado, la meca estadounidense de la escalada.

De hecho, durante un tiempo vivió solamente de escalar, le pagaban por ello – cosa nada fácil.

El tío se cascaba tranquilamente dos o tres dominadas a una mano… ¡colgado de un dedo!

Seguramente fue una de las primeras personas que me inspiró para pensar menos en términos de fitness y más de movimiento.

Y me enseñó la lección clave de la escalada que, años después, cuando ya salí de aquella jaula, pude extrapolar a cantidad de movimientos, incluso a los que no tienen nada que ver con escalar, trepar, traccionar.

En la escalada la mayoría de la gente se obsesiona con una cosa.

Las manos.

Los dedos.

La fuerza de agarre.

Y, obviamente, es un factor que tiene una importancia primordial.

Sobre todo cuando va aumentando el nivel técnico y las presas se tornan cada vez más pequeñas y con formas más “raras”, por así decirlo.

Y entonces, pues eso…

Manos, manos, manos.

Dedos, dedos, dedos.

Fuerza, fuerza, fuerza.

Y…

Nada…

Que la cosa no mejora.

Esto es lo que me contaba Lluis.

¿Qué estaba pasando?

Lo evidente.

Que la cosa no iba por ahí.

Y más por otro sitio.

Al final, la escalada, como toda disciplina, conforme avanzas, en realidad requiere no tanto de capacidad física “directa” (en este caso de escalar, trepar, traccionar), sino de saber moverte de manera inteligente.

Pero, obviamente, para moverte inteligentemente también requieres de aspectos, cualidades, habilidades “indirectas” que te permitan hacerlo, que te den juego.

¿Para qué?

Para no machacarte físicamente justo en esa parte más “directa”, en este caso la fuerza “pura” de manos y manos.

La lección:

Cualquier persona que quiera escalar o trepar ha de tener bien claro un principio.

Tomando como referencia la vertical, la perpendicular al suelo, cuanto más cerca esté el centro de gravedad respecto a las manos, mejor.

Más eficiencia, menos fatiga, menor necesidad de “fuerza”.

De lo contrario… vas a sufrir de lo lindo y te vas a estancar.

Aaaahhhh.

Pero tenemos un problemilla.

Para poder acercar el centro de gravedad (un poco por debajo del ombligo) a la pared, hay algo que molesta.

Son las piernas.

Para poder moverte con más inteligencia y menos “fuerza”, necesitas abrirlas, expandirlas, esparcirlas por la pared de manera estrambótica y generando palancas a menudo muy largas.

Algo tremendamente exigente.

Y de esas cosas en las que no te fijas si no sabes un poco de qué va la historia (como yo no sabía por aquel entonces).

Que te ciegas con lo “directo” – en mi caso la fuerza espectacular de los escaladores para colgarse y traccionar.

Cuando el secreto de movimiento, lo que realmente diferencia la habilidad para moverte de manera eficiente e inteligente y, por ende, poder ir un poco más allá en la experiencia, disfrutarla mucho más, está en lo “indirecto”.

Lógicamente, el escalador, como cualquier otra persona que pretenda contar con más libertad de movimiento y margen de maniobra para moverse de forma más inteligente, mejor, no necesita más condición “directa”.

Las posibilidades para disfrutar más y seguir avanzando vienen de otro sitio.

De la Movilidad Avanzada de Piernas.

Rober

PD: en el enlace.