Mis vecinos del segundo, que viven justo en el piso de abajo, son un matrimonio gay.
Desde que nos mudamos en enero, me había cruzado con ellos alguna vez.
Interacción urbana básica. Nada. Un saludo y poco más.
Conocernos conocernos, aquello de presentarnos y charlar un rato, no pasó hasta ayer.
Fue en la piscina.
Y hubo un momento un poco incómodo para mí.
O más bien bastante.
Hasta tuve que contenerme de decirle un par de cosas a uno de ellos.
Luego te la cuento.
Empecemos por el principio:
Acabábamos de llegar.
Abril y Meli venían conmigo.
Y nos encontramos con uno de ellos dentro de la piscina.
Iván, se llama.
Aleix, su marido, subió un momentito más tarde.
Para que te sitúes:
La planta de la piscina, que está en la azotea, tiene dos alturas.
Arriba está la propia piscina, con una entrada entarimada de unos diez metros cuadrados.
Luego hay una rampa por la que bajas a una zona más amplia, de unos cien, también todo tarima, donde están las hamacas, la ducha, unas plantitas de decoración.
Nosotros nunca llegamos abajo.
Abril no nos da tiempo.
Llega a la entradilla, tira sus cosas (a un ladito, que es muy ordenada), se quita la ropa y pa’dentro.
El agua es su obsesión.
Total que yo, como siempre, ayer voy tras ella, directo al agua.
Y justo en ese momento, Iván me obstaculiza.
Se pone en las escaleras de la piscina, que son de obra; no las típicas de hierro.
Diría que son unos cinco o seis peldaños.
Y no puedo pasar.
Él se da cuenta y se arrima al borde de la piscina.
Pero se queda ahí, quieto, en el primer escalón.
¿Qué está haciendo?
Madre mía…
Esto es muy incómodo para mí…
¡Está estirando!
Quiero decir…
Haciendo estiramientos pasivos, de estos de aguantar y quedarte ahí por los siglos de los siglos, ya sabes.
No sé dónde meterme.
Me mira y me dice:
–Pasa, pasa. Es que estoy lesionado del Aquiles. Y aprovecho la escalera de la piscina para estirarlo un poco.
Uff…
Decido no entrar.
En la piscina, digo.
En el Aquiles sí que voy a entrar.
Me quedo con Iván en las escaleras.
Controlaré a Abril desde fuera, que tampoco es que tengamos una piscina olímpica y, además, ella ya sabe nadar perfectamente.
Y hablo un rato con Iván.
Sin decirle a lo que me dedico ni juzgarlo, ojo.
En estas que su marido, Aleix, acaba de llegar, y se une a la conversación.
Iván me cuenta que es runner.
(Lo dice él, eh, que no lo digo yo para sonar más cool ni nada).
Y me explica lo de la lesión y tal.
A lo que Aleix añade: «Es que siempre está lesionado aquí o allá».
Iván lo medio niega, y también lo medio confirma.
Muy divertido todo, en plan Escenas de Matrimonio total.
También me confiesa que hacer ejercicio le aburre un montón.
Pero que se ha apuntado al gimnasio para «fortalecer las piernas», explica.
Que se ha dado cuenta de que no puede ser eso de correr y nada más.
Y lo que hablamos termina derivando, cómo no, en que el cuerpo ha evolucionado y viene de serie con la necesidad de moverse de manera variable, diversa y con tendencia a cierta complejidad.
Y que si te especializas en una sola tarea, patrón, disciplina, deporte o lo que sea, es cuando aparecen los problemas, SIEMPRE.
Más que nada por todo lo que te dejas por hacer y cómo se tuerce la cosa globalmente.
Esa fue mi parte de chapa.
Cuando ya me había preguntado que qué hacía.
Él lo entendió.
Ya veremos qué hace al respecto porque, bueno, lo más evidente es que el camino que está siguiendo no es el adecuado.
No se lo dije yo, ¿eh?
Él solito llegó a esa conclusión.
Ojo.
Le habría dicho algo más.
¿El qué?
Que tengo el curso de Movilidad Natural y que es justo lo que necesita.
Pero yo nunca le digo a nadie “lo que necesita”.
No soy nadie para decirlo.
Prefiero que caiga por su propio peso.
Todo lo natural acaba cayendo por su propio peso…
Tiempo al tiempo.
(Aunque cuidado, que pasa volando y cuanto más tocho te pilla…).
Rober
PD: a pesar de la incomodidad, fue muy guay conocer a Iván y Aleix. Porque, además, Iván es experto en comunicación, cosa que me fascina. Auguro más chapas chulas con ellos.
PD2: si paras un momento y franca y honestamente sabes que lo necesitas, es en el enlace.