El año pasado, cuando mi hija cursaba el parvulario de tres años, tuvimos que afrontar el primer conflicto escolar de nuestra vida.
Llevábamos un par de semanas con la mosca detrás de la oreja.
Abril llegaba cada día quejándose.
Y, bueno, que una peque que no alcanza los cuatro años tenga una rachilla de queja se puede considerar normal.
Le van pasando cosas, se está desarrollando, aprende sobre la marcha.
A frustrarse y que las cosas no le salgan o no sean como ella quiere o espera y que de vez en cuando alguien le toque las narices también.
Lo extraño es que siempre se quejaba exactamente de lo mismo.
Todos los días.
Y la queja siempre implicaba a la misma niña, dos años mayor que ella, porque en su cole las peques de 3 a 5 años están mezcladas.
Mmm…
Conflictos aquí y allá, con unas y con otras, a veces como “víctimas” y otras como “fuentes”, pues es el pan de cada día a esas edades.
Se van poniendo de acuerdo y encontrando su lugar.
Ahora, que a diario Abril saliera habiendo pillado y que la jodienda siempre viniera de la misma persona, recurrentemente…
Pues no molaba.
¿Qué hice?
Moverme, por supuesto.
¿Y cómo me moví?
Aquí la lección de movimiento del día.
Que, en realidad, destila lo que creo que habríamos hecho todos los que estamos por aquí.
Cosa que me hace dudar de, entonces, por qué leches nos movemos como nos movemos, con lo del “ejercicio” quiero decir.
Se entiende enseguida.
A ver.
¿Crees que mi movimiento fue ponerme intenso, rígido, tenso, exigente, fuerte?
Quiero decir…
¿Ir al cole y hacerle aspavientos a Ariadna, su tutora, y gritarle y abordar la cuestión a base de análisis reduccionista y “fuerza”, y después agarrar por el cuello a la compi de Abril y arrancarle las uñas y las pestañas una por una?
Puede que en algún momento se me pasar por la cabeza, lo confieso.
Sobre todo el día que Abril vino con que una nena la había zarandeado y dado un puñetazo en el pecho.
Pero, obviamente, para nada me moví así.
Lo que hice son dos cosas.
1
Escribirle un email a Ariadna detallando con todo lujo de matices lo que habíamos visto con Abril en las últimas semanas, de la manera más objetiva posible y sin caer en juicios hacia la otra peque.
2
A partir del correo, citarnos para una reunión y hablar tranquilamente hasta aclarar el asunto y definir una serie de acciones (movimientos) para reconducir el conflicto y la relación entre ambas.
Entre ellas, charlar con los padres de la otra peque.
¿Tú también lo habrías hecho igual, no?
Nada especial, de momento.
El resultado, que nos dejó flipando, te lo cuento luego.
Antes, fíjate bien.
En el fondo, toda la resolución se resumió en una habilidad:
La comunicación.
Comunicarse.
Comunicarse bien.
Comunicarse con coherencia, fluidez, armonía, incluso coordinación entre todas las partes.
Nada punzante (o analítico), nada exigente (o forzado), nada simplón (con lo complejas que somos las personas…).
Vale.
Todas esas capacidades para las que nos capacitamos cuando nos centramos en la capacidad, como pueden ser la movilidad, la fuerza, la resistencia, etc.
Pues están muy bien y hacen su servicio.
Pero moverse…
Moverse bien, digo…
Significa comunicarse, coordinarse y que las partes colaboren.
Si no…
¡Caca de la vaca!
*Y después andamos por la vida como una alcayata, en modo Robocop, por muy en forma que estemos…
Para aunar y armonizar y comunicar y moverse de verdad, una bonita y la mar de viable manera (sin material) de aprender y practicar la puedes desarrollar en este curso:
Locomociones – Muévete con inteligencia y disfruta de un cuerpo hábil
Rober
PD: el resultado de una buena comunicación fue que a los pocos días la otra niña ayudaba a Abril a ponerse la chaqueta y los zapatos antes de salir del cole. Guay, ¿no?
PD2: detallito importante -> cuando te mueves de verdad y enfocándote en la habilidad, las capacidades se estimulan por sí mismas; no hace falta “entrenarlas”. En el enlace.