Ayer nos descojonábamos de risa.
Fuimos de compras, vimos una cosa y recordamos otra que nos pasó hace unos cuatro años, justo en el mismo lugar.
Nos reíamos, pero la verdad es que podía haber acabado en algo que no hubiera tenido ninguna gracia.
Vivimos muy cerquita del centro comercial de Glòries, en Barcelona.
Es un centro vamos a decir tirando a grande, de tres plantas: una a nivel de calle, otra por debajo y otra por arriba.
Lo cruzamos muy a menudo, porque hacerlo nos sirve de atajo en nuestro camino hacia la playa.
Hace unos cuatro o cinco años que lo hicieron nuevo de arriba abajo.
Y, la verdad, estéticamente lo dejaron mucho más chulo de lo que era.
Espacios amplios, mucha cristalera, luz por todas partes, bancos de diseño para sentarte a tomar el sol.
Y, ojo con esto, toda la obra en un tiempo récord.
Ahora, como suele pasar en estas cosas, no es oro todo lo que reluce…
Diría que lo estrenaron por Navidad.
Pocos meses después de la reinauguración, llegó la primavera y uno de esos días de lluvias torrenciales.
Y nos pillaron dentro, en la planta subterránea, comprando en un Tea Shop.
Y, de golpe, empiezan a caer unas gotitas del techo.
Y las gotas se convirtieron en varios regueros.
Nos dio tiempo a pagar, salimos de la tienda y…
Blaaaaffff.
Aquello se transforma en una cascada de dimensiones considerables.
La dependienta sale corriendo, teléfono en mano.
Y justo cuando sale por la puerta…
Pataplaaaffff.
El techo se cae y, junto a él, no sé cuántos litros de agua, probablemente unos pocos miles.
Por suerte no nos pasó nada.
El caos era generalizado.
Las goteras y desastres se habían diseminado por todo el centro comercial.
Varias tiendas se habían inundado.
Cientos de baldosas de la planta de la calle se habían levantado.
Total:
Tuvieron que rehabilitar el centro comercial entero.
Con las obras y las molestias pertinentes.
Y el dineral que necesitaron invertir otra vez.
¿Pero es que sabes una cosa?
Esto no es lo peor.
O lo mejor, si lo miras con nuestra perspectiva de ayer.
Los siguientes años, siempre que llovía, los mismos problemas se repitieron.
Sobre todo en el sótano.
Y agua y charcos y goteras y cartelitos de esos amarillos.
Suelo mojado. No pisar. Peligro de romperte una cadera.
Rehabilitaciones y obras. Molestias. Dinerales.
Un año y otro año y otro año y otro año.
Y así hasta ayer, que fuimos a comprarle ropa a Abril.
Y pasamos por delante de lo que era la tienda de té donde ahora venden chucherías.
Y están haciendo una megarehabilitación.
Las paredes y el techo pelados.
Planchas de escayola y sacos de cemento amontonados.
Y los obreros dale que te pego.
En fin…
Más obras, más molestias, más dinero.
A ver.
El símil de la recurrencia y el patrón infinito con lo que suele pasarle al cuerpo con las chapuzas y los parches momentáneos y las molestias y los dineros es tan y tan evidente, que no voy a perder el tiempo en desarrollarlo.
Puedes hacerlo bien aquí:
Rober
PD: cimientos consolidados para toda la vida sin más goteras ni obras ni desastres. Arriba.