Envidia mal ordenada

Hablemos de lo envidiosos que somos, y de frustración y estancamiento y hasta hacerse pupita y cómo ahorrárnoslo.

Lo he explicado más de una vez.

La envidia puede ser una gran brújula.

Te indica por dónde tirar, hacia dónde moverte.

Yo la sentí hace ya más de diez años:

  • Con aquella anciana japonesa que dejó en evidencia mi (no) movilidad natural en un templo de Bangkok.
  • Con Melisa, mi amiga bailarina y trapecista, que me pidió ayuda para “entrenar” y me dejó claro (sin querer) que ella sabía moverse mucho mejor que yo, el “experto del fitness y el ejercicio”.
  • Con los chicos de DAPP, una asociación de parkour, con los que compartí algunas sesiones y me enseñaron cuánto te limita un gimnasio y que, por mucho “entrenamiento funcional” y tal, si no te mueves de verdad… ¿dónde queda tu habilidad?

Y la sigo sintiendo, ojo.

Y escuchando y siguiendo.

Al fin y al cabo, de este tipo de envidia emerge un gran motor.

Sin ninguna duda, el más potente de todos.

Fíjate tú si es bestia, que todos nosotros lo llevamos de serie, en los genes.

Y cuando somos peques lo exprimimos.

Vemos una cosa y se nos abren los ojos.

Una idea se instala en la cabeza instintivamente:

«¿Y si lo pruebo? ¿Podría hacerlo yo?».

Y nos lanzamos.

Luego, dependiendo del resultado, la cosa se autorregula.

Pero funciona así.

De adultos ya no.

Lo vemos, sentimos curiosidad, admiración, cierta envidia, incluso quizá aparece la idea…

Y nada.

Nos quedamos parados disciplinadamente, con lo de siempre, pumpum, pumpum.

¡O sí, qué conyo!

A estoy voy:

A veces sí que nos lanzamos.

Porque estamos hasta el gorro de la mamonada de “hacer ejercicio”.

Y porque sabemos que parte del juego consiste en esto.

Volver a tirar de curiosidad, de valentía, de «¡yo también quiero moverme así!», de «¿y por qué no?».

Y es entonces cuando la envidia necesita cierto ORDEN.

Me explico:

Al menos es lo que yo he experimentado durante la última década metido en estas cosas.

Si nos comparamos con los más peques, es evidente.

Sus cuerpos son una tabula rasa.

No hay restricciones.

Si hay algo, es carencia -de fuerza, de control motor, de estabilidad.

Pero limitación en cuanto a accesibilidad, cero.

Con los adultos que nos inspiran (gimnastas, bailarines, artistas marciales, acróbatas, gurús), es un poco más difícil verlo.

Somos cortos de miras.

No tenemos capacidad para comprender en ese instante todo el proceso que ha habido detrás para conseguir hacer lo que hacen.

Y es fácil caer en probar y experimentar y eso (que está muy guay, cuidado), y no darte cuenta.

No darte cuenta de que el background y el contexto son totalmente distintos.

Y tú dale que te pego, pasándolo mal siempre por el mismo motivo: que tu cuerpo, en ciertos sentidos, no da de sí.

E incluso apretando más de la cuenta y, bueno… ya sabes lo que pasa.

*Por ejemplo, mis caderas, mis rodillas y mis lumbares lo han sufrido en más de una ocasión, aunque por suerte (o no) ya van a cumplirse cinco años desde mi última lesión, JUSTO por lo que estoy explicando.

En fin:

La envidia requiere orden.

Un orden distinto a la de los peques y la épica adulta que nos inspiran.

No es que no sea compatible con jugar, explorar, probar, trastear…

Pero si tu limitación siempre es la misma cuando vas al gimnasio, haces Crossfit, yoga, danza, escalada o simplemente te da por moverte y jugar, esto puede interesarte:

Movilidad Avanzada de Piernas

Rober

PD: cuando tienes el armario ordenado, encuentras tu camiseta preferida de un vistazo. Ya sabes dónde.