Me acaba de pasar una cosa surrealista.
Estaba yo en la orilla de la playa.
El mar estaba de lo más picado, con olas enormes y muy resacoso, de esos días en los que puedes intuir claramente que si te metes lo vas a pasar mal y te va a costar un montón salir.
Y me he metido.
Nada más entrar ya me estaba arrepintiendo.
Y ya no había manera.
Una ola tras otra me iba engullendo a cada intento de salir.
Era como si alguien me cogiera de los pies, me arrastrara hacia el fondo y tuviera mil veces más fuerza que yo que, por mucho que braceara y pataleara desesperado, acababa por hundirme.
De pronto, al pasar la ola, podía volver arriba. Un momento de alivio para coger aire.
Y más de pronto todavía otra ola que me llevaba para abajo.
Así cuatro o cinco olas hasta que, más por casualidad que por empeño, exhausto, a rastras, he podido salir del mar para caer rendido en la orilla de la playa.
¿Surrealista? No, todavía no.
Después de recuperarme del todo, me he puesto de pie, he vuelto a mirar al mar que estaba exactamente igual.
El mismo estado, la misma intuición y la certeza de lo que pasaría si volvía a meterme, por experiencia.
Y me he vuelto a meter.
Esto ha sido lo realmente surrealista: que me he vuelto a meter y se ha repetido siempre la misma historia no sé cuántas veces.
Siete, doce, cincuenta.
Pasando siempre por el mismo padecer, la misma angustia, el mismo sufrimiento.
Son las 7:30 de la mañana de un domingo, cuando escribo esto.
No. No he ido a bañarme a las 5 ni soy tan masoquista de querer ahogarme a propósito a pesar de saber lo que iba a pasar en cada una de mis incursiones.
Todo ha sido un sueño, el último justo antes de levantarme.
Me ha recordado a otras historias que veo, me escriben y me cuentan un montón de personas todos los días.
Bucles atemporales de tensión, molestias, rigidez, sobrecarga, malestar, sensación de oxidación y relatos de “estoy como una piedra”.
Intentonas de masajes, acupuntura, una “tabla de estiramientos” de una app de fitness…
Alivios momentáneos, a veces. Para coger aire.
Todo a la desesperada en medio del trajín diario, de mil responsabilidades, incluso de la voluntad de darse un baño en el “mar” del ejercicio, el deporte, el movimiento… aunque no en las mejores condiciones.
Bueno.
Tengo un curso/proceso para romper este tipo de bucles y disfrutar de un cuerpo lubricado, casi líquido, que puede y sabe moverse suelto, con libertad, sin tensiones.
Es este: Movilidad Natural.
Rober
PD: Empezamos el 27 de noviembre y no habrá otro grupo hasta mediados de enero. Arriba.