5. Mediocridad y (no) educación física

«No me gusta moverme».

Este es el fracaso de la educación física.

Por cada adolescente y más adelante adulto que concluye con que no le gusta moverse, hacer ejercicio, practicar deporte o cómo quieras llamarle, la educación física suma un nuevo fiasco.

Y es lógico.

Esa (no) educación física que hemos recibido es pobre y limitada.

Corre durante doce minutos la máxima distancia posible. Pero, ¿a quién tengo que pillar? ¿Acaso alguien me persigue?

Haz el pino, aunque te dé miedo ponerte bocabajo, no sea que tus brazos no aguanten y te abras la cabeza.

Salta el potro, como si fuera tan fácil para todos.

Memoriza las reglas del balonmano, a pesar de que a ti ni fu ni fa.

Y siempre delante de toda la clase (prepárate para unas cuantas risas cuando algo no salga o se te dé «bien»).

En resumen, esa hora semanal a lo largo de los años se sintetiza en:

· «Haz lo que yo te diga», le encuentres o no sentido o atractivo.

· «Esto es moverse», aunque en realidad solo es una parte muy reducida de lo que puede llegar a ser moverse, y que se limita a obedecer instrucciones, enfocar y valorar la actividad física según tu rendimiento y marcas, y conocer superficialmente algunos deportes.

· «Tú no sirves para moverte; dedícate a otra cosa», el mensaje implícito en las notas de final de trimestre cuando te valoran con un bien o un sufi.

¿Cómo no va a haber las tasas de sedentarismo que tenemos hoy en día?

¿Cómo no va a resultar todo este absurdo en personas que no les gusta o incluso odian el ejercicio?

¿Y si moverse no tiene por qué ser solamente hacer ejercicio o deporte? ¿Puede que hayan otras opciones?

Y tú… ¿Cómo no vas a ser apto para moverte, aunque la calificación que recibas desde fuera, y no desde dentro, sea de mediocre?

¿Tienes un cuerpo? ¡Puedes moverte!

Una buena educación física debería basarse en la conciencia, la responsabilidad, el autoconocimiento, la experimentación, el esfuerzo per se como motor y motivación, la autonomía corporal (o sea, de uno mismo), y no en el rendimiento, el nivel, el resultado o lo que puedas demostrar a los demás.

En este sentido, el primer obstáculo de los educadores físicos es la gran carencia de tiempo dedicado al movimiento y la corporalidad (¿una o dos horas a la semana?). Es evidente.

Pero no es solo una cuestión de cantidad.

No quiero ni imaginarme cómo me habría llegado a sentir si en lugar de una hora a la semana de aquellas «clases de gimnasia» hubiera recibido una al día. ¿Educación física? No. Tortura, física y psicológica.

También es necesario cambiar el contenido y las maneras.

De lo contrario, más horas de lo mismo resultarían en algo peor.

Más aversión, más insatisfacción, más rechazo, pereza, miedo, vergüenza, más refuerzo del mensaje «eres torpe, esto no se te da bien, haz otra cosa».

Y menos conciencia, responsabilidad, compromiso, autonomía. Menos voluntad, menos amor por moverse deliberadamente.

Un lujo demasiado caro, culturalmente, socialmente.

De las matemáticas, la historia o la literatura, a partir de ciertos mínimos, puedes prescindir. ¿O acaso necesitas calcular derivadas, recordar qué día se proclamó la Primera República o recitar los autores de la Generación del 27 para estar sano, sentirte bien, disfrutar de la vida?

Lo más probable es que no, con la excepción de que sea parte de tu profesión.

Pero moverte…

Eso no lo puedes omitir.

Conoces las nefastas consecuencias.

Es indispensable.

Por cada adolescente que termina su educación básica sin desarrollar experimentalmente una forma personal, responsable, sostenible y autónoma de continuar en movimiento para toda su vida (¡no de hacer ejercicio o deporte!), a pesar de su poco talento e inevitable mediocridad, el sedentarismo y todo lo que conlleva se cobra una nueva víctima.

Rober Sánchez – M de MovimientoSoy Rober Sánchez, director del Laboratorio de Movimiento, nuestra plataforma de entrenamiento online. Desde 2003 enseño a las personas a entrenar para construir cuerpos móviles, fuertes y hábiles, y poder moverse de verdad.

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