Hacer ejercicio, deporte, actividad física, entrenar, moverte… Lo que quieras. Es antinatural.
Es esencial ser consciente y entenderlo.
Primero, conceptualmente.
Hacer ejercicio es algo que hemos ido inventando nosotros sobre la marcha, seguramente desde que comenzamos a darnos cuenta de que nuestro estilo de vida cada vez implicaba menos movimiento integrado en lo cotidiano, lo que empezó a provocar pérdidas en nuestra competencia física y, de rebote, perjuicios en nuestra salud y bienestar, energía, viveza, incluso estado de ánimo.
El entrenamiento, el deporte, la actividad física son parches, postizos, artificios, procesados, propuestas sintéticas para intentar paliar los (d)efectos de haber dejado de hacer algo que fue natural durante mucho tiempo, pero que ya no lo volverá a ser.
Segundo, biológicamente.
Si no hay motivo para el movimiento, normalmente en la naturaleza no hay movimiento.
Al contrario, lo que hay es inmovilidad, ahorro energético puro y duro.
Aunque de base existe un instinto por movernos («generación de movimiento espontáneo») que se hace muy evidente en bebés y niños, la falta de estímulo sociocultural y de necesidad cotidiana de movimiento hace que dejemos de hacerlo de manera, pues eso, espontánea, natural.
Esto es algo que también podemos observar en los animales domésticos y el ganado estabulado, por cierto.
En cualquier caso, cada vez que hacemos ejercicio estamos realizando un acto completamente antinatural. Necesitamos referirnos a motivaciones y expectativas que imaginamos e instauramos en nuestra cabeza (estética, rendimiento, salud), pero no a motivos reales, in situ, que requieran de una respuesta física inmediata relacionada directa o indirectamente con nuestra supervivencia en el presente o a corto plazo.
En nuestro «estado de bienestar», lo normal, lo natural es no movernos, tumbarnos en el sofá a navegar hundirnos en Instagram y comernos un Häagen-Dazs.
Lo que nos lleva al siguiente punto…
Tercero, conductualmente.
En último término y por lo general, toda la actividad física que realizamos que implica cierta intensidad, vigor o complejidad pasa por un punto de inflexión imprescindible: la decisión individual de moverse.
Cuando no hay necesidad, cuando puedes comer sin cazar o recolectar, cuando no tienes que explorar nuevas tierras, huir de un peligro o construir tu propia vivienda, cuando no te ves obligado a cargar con «tus cosas» de arriba a abajo cada pocos meses, moverte deja de ser natural.
Tienes que querer hacerlo o sentir el deber, la obligación, la imposición de hacerlo.
Está claro que emocionalmente la experiencia del movimiento va a ser muy diferente cuando quieres moverte que cuando crees que «debes» o «tienes que» moverte, sea por el motivo que sea. Pero al final, más o menos consciente o inconscientemente, es algo que tú decides y haces deliberadamente, y no como una respuesta automática a un estímulo externo –aunque los deberes, condicionamientos y presiones sociales tienen un peso brutal en tu conducta, en último término eres tú quien decide hacer las cosas y llevarlas a cabo, a pesar de que muchas veces sea de forma inconsciente.
En cualquier caso, desde que empezamos a ser un poquito más personas y un poquito menos salvajes –no creo que la transición se haya completado–, y dadas nuestras comodidades, moverte de alguna manera es en primer lugar un ejercicio deliberado que tienes que hacer cada día y, con el tiempo, un hábito que necesitas crear y alimentar de por vida.
No vas a moverte naturalmente, nunca.
Y cuarto, semánticamente.
Nos estamos equivocando.
Y te lo dice alguien que ha estudiado y enseña cosas relacionadas con el Método Natural de Georges Hébert, y que utiliza el adjetivo natural muy a menudo, aunque intento hacerlo cada vez menos.
El ejercicio, el deporte, la actividad física hoy en día, en nuestro contexto, no es natural, ni tan solo el que imita aquellos supuestos patrones y actividades que realizaban nuestros ancestros del Paleolítico o las sociedades sub-actuales.
En este sentido, el único movimiento natural que todavía conservamos es caminar, aunque para muchos lo que un día fueron 4 horas diarias acumuladas de marcha hoy como mucho sean 30 minutos. Caminar esas 4 horas ya no es natural. Lo tienes que hacer a propósito y con propósito.
El movimiento natural como ejercicio, deporte, actividad física no existe.
Es un error de concepto, de comprensión sobre cómo funcionan las cosas en la naturaleza y en la vida, acerca de cómo se comporta el ser humano y, finalmente, de cómo utilizamos el lenguaje, la verborrea, muy a menudo de forma incoherente, ambigua, difusa, hasta errónea.
Ningún movimiento es natural.
No hay patrones de movimiento que sean naturales y otros que no lo sean.
Y, sin embargo, curiosamente, el ejercicio, el deporte, la actividad física… Todo el movimiento es natural, sea cual sea.
¿Acaso no ha surgido de nuestra propia naturaleza humana?
(Continuará…)
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