El otro día me encontré con un conocido de cuando trabajaba en uno de los gimnasios más chulos de Barcelona, el CEM Bac de Roda.
Hacía unos 14 años que no le veía.
Y mi primera reacción, instintiva y sin ánimo de juicio, fue alucinar.
Alucinar pepinillos.
Campeón de Europa.
Por aquella época había llegado a ser campeón de Europa de culturismo.
En competición, rajado no, lo siguiente, seco seco seco, o sea, alcanzando unos niveles de grasa corporal extremadamente bajos, debía pesar unos 75 kilos, tal vez un par menos, creo recordar.
De «normal» unos 85 o más.
Ahora no creo que pase de los 65.
No me dijo exactamente los pesos; son puras estimaciones.
Lo que sí me explicó sin que le preguntara, porque lo sacó él en la conversación, fue lo que le había pasado.
Me sorprendió, más viniendo de alguien que había dedicado toda su vida a un «deporte» que solo se basa en «mejorar» la apariencia estética del cuerpo.
Insisto, sin ánimo de juicio.
Entre serio y triste, pero a la vez como aliviado, me confesó:
—No podía más. Tuve que dejar de luchar contra mi naturaleza estética.
Boom.
Mira.
Que una parte de las motivaciones para hacer ejercicio y entrenar y tal sean estéticas, en mi opinión, es casi inevitable.
No se puede luchar contra eso. Ponte como quieras.
Las apariencias nos importan. La nuestra y la de los demás. A un nivel inconsciente.
Es un vestigio biológico, evolutivo.
El problema es dejarse llevar por ese instinto y el miedo de que tu “tribu” no te apruebe, incluso hasta excluirte.
Y caer en la trampa paralela de las campañas publicitarias, los cánones culturales, los estándares sociales en torno a cómo (se supone que) debería ser un cuerpo, tu cuerpo.
Entonces, si tienes la «buena suerte» de encajar «por naturaleza» con los supuestos estéticos del momento, bueno, diremos que corres menos riesgos.
Tu lucha será menos lucha.
Pero si tienes la «mala suerte» de no hacerlo, como la mayoría de las personas, cuidado.
Cuidado con querer tener los pectorales más grandes, la tableta más marcada, el culo más respingón, las piernas más definidas o cualquier cosa que se te pase por la cabeza y que de base tú no tengas.
Cuidado cuando centrarte en gustar y encajar con esos supuestos va a representar ir en contra de tu naturaleza.
De tus proporciones, tus formas, tus tendencias… de tu estética natural de base.
Y, a un nivel un poco más sutil, que no se ve, de tu metabolismo o incluso de tu «naturaleza psicológica».
Todo por tratar de ser quien no eres.
Lo que le pasó al ex-campeón es que de base, aun siendo bastante bajito, su cuerpo se podría clasificar como ectomorfo.
Es decir, resumiéndolo mucho, una persona de hueso fino, cuerpo estrecho, con las extremidades largas y tendencia a «verse» delgada cuando está en su normopeso.
Entonces, cuando pretendes ser quien no eres, como no eres, igual que hizo el ex-campeón durante más de treinta años, lo que tienes que hacer para conseguirlo es más caro.
¿Se pueden conseguir algunos cambios y aparentar ser otra cosa?
Sí, se puede.
Pero el precio que pagar es mucho más alto.
Mucho más alto y, a largo plazo, insostenible.
Porque no se puede forzar tu naturaleza, no puedes estar luchando una guerra que tienes perdida desde el principio toda la vida.
Y al final tu propia vida te pone en tu sitio.
Y tienes que aceptar tu naturaleza estética.
Mejor hazlo antes de tener que hacerlo.
Y hasta aquí mi consejo de experto del día.
Total, puedes moverte sin prestar especial atención a tus músculos y al mismo tiempo estimularlos para que se desarrollen naturalmente.
Tú te preocupas de moverte. Ellos se preocupan de sí mismos. Todos contentos.
Una manera: Locomociones.
Rober
PD: no tendrás que luchar contra tu naturaleza estética porque nos importa tres pimientos. En el enlace.