Lo que tienen en común es un atributo corporal que me apuesto ¿una mano?, no, las dos manos a que no estás desarrollando y, para rematarlo, es lo que más te hace falta, muy probablemente.
Ayer por la tarde y esta mañana he tenido un déjà vu con Abril.
Ahora que caigo, ¡ayer cumplió 22 meses!
Y bueno, siendo tan pequeña, aunque trato de seguir una línea de educación tirando a libre, que no libertina, hay cosas que me veo obligado a enseñarle desde las normas, mis normas.
Son reglas heurísticas para la vida.
Cosas prácticas que no requieren de estudios ni evidencia porque, bueno, llevamos años ya estudiándolas y haciéndose evidentes a base de vivir, de movernos.
Esta te va a venir muy bien para moverte mejor.
Primera parte del déjà vu — cuando todavía no sabes que es un déjà vu porque es la primera vez que pasa:
Estábamos sentados en la banqueta, ella encima de mis piernas.
Solo jugamos cuando ella me lo pide, y nos lo tomamos todo como un juego, los dos, ella a su manera y yo a la mía.
La mía es, en realidad y básicamente, adaptarme constantemente a lo que emerge de ella y, sin forzar la situación en absoluto, invitarla a hacer pequeños ajustes.
Ajustes que cuadran con las “normas”.
De momento jugamos con el índice y el pulgar, tanto de la mano derecha como de la izquierda.
Si tuviera que ser así, yo estaría perdido. Que no tiene ni dos años.
Es más parecido a lo del jinete y el elefante.
Ya sabes quién manda y ya sabes qué papel tenemos mi hija y yo.
(Ánimo papás y mamás. Lo importante es participar, dicen.)
Entonces, ¿ella toca con el índice y el pulgar?
Con el índice la verdad es que bastante a menudo. Incluso sube a las negras de vez en cuando.
Con el pulgar casi nada.
Y entre una cosa y la otra, cuando sale el instinto, el instinto más primitivo…
¡Pam! ¡Pam! ¡Brrrrruuumm! ¡Pim! ¡Braaaaaaaa! ¡Tatatatá! ¡Totooooooo!
¡¡Venga a aporrear el piano!!
Y yo, en cada arrebato, respiro.
Le cojo las manitas.
Y le digo:
—Cariño. Un momento. El piano suaaaaave.
Segundo parte del déjà vu. O sea, el déjà vu en sí:
Esta mañana estábamos leyendo un libro.
No era uno de sus libros. Era un libro mío.
Una de sus aficiones favoritas es leer sus libros. Pero no es la favorita.
La favorita es leer conmigo, mis libros.
Sus libros yo se los dejo leer a su manera, como le dé la gana.
Los míos no.
Estábamos igual, sentados una encima del otro.
En la banqueta no, en el suelo.
Yo le iba leyendo en voz alta.
Ella iba hojeando, generalmente con tranquilidad.
Y de golpe, sin explicación alguna…
¡Venga a pasar hojas, arrugándolas, tirando de ellas, a puntito de romperlas!
Y yo, en cada arrebato, respiro.
Le cojo las manitas.
Y le digo:
—Cariño. Un momento. El libro suaaaaaaave.
Te comentaba que hay una cosa que seguramente no estás practicando y que intuyo que te hace muuuuucha falta.
Es para tu cuerpo, o sea, para ti.
Dice así (no te lo digo yo; es para que te lo digas a ti):
—Cariño. Un momento. El cuerpo suaaaaaaave.
Si quieres moverte mejor, suavidad.
Practicar la suavidad.
(Me permito la licencia de decirte que) Te hace falta suavidad. Mucha suavidad. Mucha más suavidad.
La mayoría de movimientos y de nosotros necesitan y necesitamos más de eso y menos de lo demás, que debe estar puntualmente, claro. Pero no hace falta tanto.
Atención, calma, respiración y… suaaaaave.
Una forma de aprender, porque si no pues como que es imposible hacerlo, la enseño aquí:
Invertidas — El arte de moverte bocabajo
Rober
PD: fuerte, duro, rígido, resistente, robusto… no. Suaaaave. En el enlace.