Una lección de movimiento que me dio una entrenadora hace casi veinte años

Me la dio una entrenadora personal y profesora, a mis 23.

Y es una lección que empezó a cambiarlo todo, aunque me comiera diez años de fitness entre medias, con un aprendizaje extremadamente valioso.

Tanto como para ponerlo todo del revés, ahora, años después.

Yo salía de la academia.

Ya trabajaba en un par de gimnasios como monitor de sala.

Me estaba formando como entrenador personal.

Y por aquella época lo que más me entusiasmaba, por no decir obsesionaba, era la planificación y programación del entrenamiento.

Cualquiera que lleve un tiempo siguiéndome ya sabe de mi casi trastorno obsesivo-compulsivo con los números y la simetría y las cuadrículas.

(Algo muy característico de nuestra (in)cultura computacional, por cierto).

Hablamos de 2003.

Por aquel entonces, siguiendo la tendencia estadounidense, lo del entrenamiento personal se empezaba a poner de moda por aquí.

Y como parece que hay que sofisticarlo todo, un parte importante de la formación la ocupaba eso de la planificación y programación que, además, ya no la llamaban “planificación convencional”.

Lo que me enseñaron era más cool: planificación “moderna” del entrenamiento.

Todo bajo las siglas ATR, que no viene al caso lo que significan, pero que era la metodología que utilizaban los profesionales, la élite (y siguen haciendo hoy, porque para ellos es importante y funciona, de verdad).

Yo tuve la suerte de aprenderla de la mano de un grande en esto. Me gustó mucho y aprendí un montón. No digo el nombre para que nadie me confunda con un hater. Decía más arriba que me entusiasmaba, se convirtió en mi obsesión.

Total, que ya me ves a mí planificando el “entrenamiento de gimnasio municipal” de Antoñito, mi vecino del cuarto tercera.

Un padre normal de familia normal, con su mujer y sus dos hijos normales, su trabajo normal y sus preocupaciones normales.

Todo normal.

Menos su planificación del entrenamiento.

Un calendario lleno de gráficas y tablas y colores e intensidades y siglas más difícil de descifrar que el más chungo de los jeroglíficos esos de las pirámides.

Aunque eso no era un problema. Yo, el “experto”, estaba allí para explicárselo, guiarle, decirle lo que tenía que hacer.

Y entonces llegó ella… Montse Ascensión.

Fue en una formación “extra”.

La formación que le dio la vuelta a la tortilla y lo cambió todo.

Era sobre movimiento.

Bajo la sombra del fitness, sí.

Pero sobre movimiento.

Lo que me enseñó es muy complicado.

Lo puedes complicar tanto como lo de la ATR, o más todavía.

En lo profundo, al detalle, eso que me enseñó es irrelevante y una persona normal tampoco tiene por qué conocerlo.

Pero de base sí.

Todo giraba en torno a una cuestión que simbólicamente podría resumirse en esta situación:

Cuando me veía con mis libretas y mis gráficas y mis calendarios y mis colorines me decía:

<<Muy bien, Rober. Qué chulo, qué bonito, qué bien pensado, qué estructurado todo. Muy meticuloso. Tu planificación no tiene fisuras.

Bueno… Tal vez una. Me pregunto una cosa:

¿Antoñito, el del cuarto tercera, sabe mover bien sus articulaciones?

Y no solo eso…

¿Lo sabe hacer con intención?>>.

¿Con intención?

¿Qué dices, Montse?

¿Qué es eso de moverse con intención?

¡Devuélveme mis gráficas, maldita sea!

Y entonces todo empezó a cambiar y ya no hice ni una planificación más.

Aparte de las que me “obligaban” porque venían en el pack, claro.

En fin, yo no sé si eres de la élite o en qué piso vives.

Lo de la intención me parece más importante. Lo más importante.

Y si quieres moverte bien, lo puedes aplicar tanto a lo analítico (movilidad) como a lo global (moverte, obvio).

Para lo global en breve empezamos un curso en el que te enseño a moverte con muchísima intención.

En realidad, podría decirse que es un curso de moverse con intención.

Locomociones

Rober