Descartaremos la felicidad entendida como ese estado relacionado tan habitualmente con el placer perenne y una vida de color de rosa y sin problemas.
Algo así como el comportamiento superficial del mar y estar en la cresta de la ola (como si siempre hubiera olas o todas las olas pudieran surfearse).
La podemos contemplar, sin misticismos, como esa paz interior que tiende a neutra, vivida desde la aceptación, “lo que hay”, y la responsabilidad, la habilidad de responder a lo que hay, cualquier cosa que sea “lo que hay”.
Volviendo al mar, esta felicidad sería la serenidad de las profundidades, que se mantienen en calma sea lo que sea lo que esté pasando arriba, en la superficie.
En esta dicotomía reside un frecuente error de concepto del “movimiento como fuente de felicidad”.
Hoy lo haremos al revés y empezaremos directamente por la conclusión, el error:
Moverte más o mejor, o más y mejor, no te va a hacer más feliz.
Por supuesto, depende de quién y de cómo se practique, una consecuencia del moverse puede ser placer.
Incluso hay quien alcanzará esa “felicidad” desde el opuesto, el dolor, el sacrificio, el sufrimiento.
Y para una mente que ha llegado a confundir la felicidad con el placer o paradójicamente su opuesto, moverse puede hacerle sentir “felicidad”.
Felicidad dentro del marco Mr. Wonderful, de la “inteligencia emocional” simplona, de los contrastes de lo exterior, de la épica disciplinada y estoica.
Olvidamos algo:
El movimiento, aunque ocurra cerca de “la fuente”, al menos más cerca que el frenesí de las redes sociales o la intriga de una serie de Netflix, sigue ocurriendo fuera, separado, en la superficie.
Es finito y efímero. Viene y va. Va y viene. Exactamente igual que las olas de la “felicidad”.
No nos confundamos.
El movimiento no nos hará más felices.
En lo que llevo por aquí, me he encontrado con personas la mar de felices que no se mueven nada.
Lo digo en serio.
Y, al mismo tiempo, personas que se mueven muchísimo y, a pesar del placer, en esencia se sienten desgraciados, perdidos, sobrepasados, constantemente agitados. ¿Infelices?
Entonces, ¿qué sentido tiene moverse?
Ninguno.
Y, a la vez, el que tú le quieras dar, partiendo de la aceptación de que, bueno, aquí, en la superficie, vives en un cuerpo y es lo que hay.
Ya conoces lo que pasa si no te mueves, la experiencia de no moverte.
Si no tiene ningún sentido, la motivación de moverse por moverse, o moverse sin moverse, tiene más fuerza que nunca.
Y luego, si tú le das sentido, ese sentido por narices ha de ser coherente contigo, contigo de verdad, con el “yo” de las profundidades.
De lo contrario, ¿no sería un sinsentido?
La vida es esto, lo que nos ha tocado vivir.
La experiencia, el movimiento en cualquiera de sus formas y experiencias resultantes, es una respuesta que tú le puedes dar.
¿Cómo responder?
Las posibilidades son infinitas.
Una forma que te abre no todas pero sí muchas posibilidades que seguramente no estás explorando y experimentando la enseño en un curso.
¿Posibilidades de felicidad? No. De movimiento.
Aquí: Invertidas – El arte de moverte bocabajo
Rober
PD: el movimiento puede calmarte para acercarte más a “la fuente” de la calma, puede ser una vía para esa aproximación, pero no es la fuente y no es la calma. Exactamente igual que los tantras, los mantras, la meditación, la respiración o cualquier intento intencionado de “iluminación”…
PD2: uno de los caminos en movimiento, en el enlace.