Hablemos de culturistas, que se pueden aprender un par de cosas interesantes, sobre todo acerca de cómo empezar a moverse con cabeza.
No hay ironía detrás, malpensados, que no siempre voy al cuello.
Aunque sea una historia divertida, esto va muy en serio.
Cuando era (no tan) pequeño, desde los 8 hasta los 14, más o menos, iba a clases de gimnasia de mantenimiento con mi padre dos o tres días a la semana.
Era un buen complemento para los dos entrenos de fútbol, el partido de los sábados y la salida en bici de los domingos.
Y sobre todo una manera chula de pasar más tiempo con mi padre.
Por aquel entonces tal vez no me daba del todo cuenta.
Hoy, mirando a Abril, lo comprendo mejor y lo comparto.
Y se lo agradezco a mi padre como parte de aquel “educar sin educar”, sin intervenir ni forzar, muy al estilo Taleb y su “jugarse la piel”.
Seguramente aprendí y adquirí mucha más conciencia física allí, en el Sport Iris, que en las clases de educación física del cole.
(Lección que no esperaba pero que ha salido aquí, para quien me pregunta aquello de “cómo lo hago para que mis hijos se muevan más”…: No te preocupes tanto por ellos que, si les dejas, se mueven solos. ¿Quieres más movimiento? Muévete con ellos).
Las clases de las dos semanas de inicio de temporada después de las vacaciones eran especialmente divertidas.
No estábamos solo los de siempre.
Nos acompañaban 4 o 5 culturistas.
Es que de verdad que al acordarme no puedo evitar que se me escape un poco la risa (con cariño).
Yo los conocía de alguna vez que, después de clase, mi padre y yo nos quedábamos diez o quince minutos más en la sala de máquinas.
Estoy hablando de finales de los 80.
El ambiente en aquella sala era al más puro estilo Rocky o algo así.
Y ya me ves a mí, con mis 9 o 10 años, rodeado de aquellas bestias pardas en “mi” clase de mantenimiento durante un par de semanas.
Una clases que Jesús, el monitor, durante aquella quincena dedicaba a ponernos a punto después del parón de verano.
¿Qué hacíamos?
¿Burpees, HIITs, arrancadas, pesos muertos?
Obviamente, no.
Primero un circuitito full body de bajísima intensidad y bastantes repeticiones.
Luego algún juego, como el pilla pilla o jugar a matar con una pelota de espuma.
Y al final, aunque en realidad aquello se llevaba más de la mitad de la clase, lo que por aquel entonces llamaban “flexibilidad activa”, que generalmente consistían en ejercicios de “control” postural y estiramientos dinámicos muy al estilo Pilates.
Estar con aquellos culturistas en clase de mantenimiento era divertido por lo que podía representar para un crío jugar y “entrenar” con aproximaciones de sus ídolos.
Hablo de Hulk, Terminator y Rambo, cómo no.
Pero no era lo más divertido.
Cuando te partías de risa, ellos los primeros, porque eran muy del cachondeo, era durante esa media horita de lo que hoy podríamos llamar movilidad.
Si en el diccionario tuvieran que poner una foto al lado de la definición de tocho, sería la de aquellos culturistas.
Retorcidos de dolor, colorados como un tomate, sudando la gota gorda solo de intentar tocar el suelo con las rodillas extendidas o al estar 1 minuto colgados de las espalderas.
Al menos se lo tomaban con humor.
El acierto de aquellos culturistas era empezar la temporada tratando de poner en orden las cuestiones de movilidad antes de liarse con sus historias.
El error, evidentemente, es que solo lo hacían durante quince días al año.
No hay moralejas porque no me caben.
Todo lo demás en Movilidad Natural.
Rober
PD: te enseño sobre todo a habituarte, y tú continúas el resto de tu vida, de manera integrada en tu vida cotidiana. Arriba.