Esta semana me ha vuelto a pasar.
He volado en bicicleta.
Siempre que me pasa me doy de cabezazos porque, la verdad, mola un montón.
Y me pregunto:
«¿Cómo puedo ser tan merluzo?».
Hay una lección muy valiosa detrás de esta historia.
Y mira que es tonta.
Y mira que siempre caigo en el mismo error, no sé si por tonto, pero sí por merluzo.
La cosa va así:
Yo cojo la bicicleta prácticamente a diario, habitualmente para bajar a la playa a moverme un rato.
El camino es muy agradable, por la Rambla y otras calles peatonales del Poblenou.
Y no me doy cuenta de lo lento que voy y lo que me cuesta pedalear y lo pesado que se me hace a veces, hasta que se me enciende una bombilla.
Ojo.
Que la bombilla no se me enciende al momento.
A veces tardo días o incluso semanas.
Ya te decía que soy un merluzo.
Total, que se me enciende la bombilla, después de días y semanas de postergar la solución y de pedalear lento y pesado.
Hasta que me decido y cojo la maldita mancha.
Hincho las ruedas.
Y vuelo.
Vuelo, literalmente.
Y me digo dos cosas:
¿Por qué narices no lo he hecho antes?
¿Por qué narices no lo hago más a menudo?
El hábito más potente que integramos en la vida cotidiana durante Movilidad Natural es movilizar el cuerpo y sus articulaciones a menudo.
Sin esperar a que el cuerpo vaya lento, chirríe o incluso duela.
Que eso es de merluzos (con cariño).
Rober
PD: al final del proceso sientes casi casi que el cuerpo vuela, de forma natural, sin dedicar más que unos pocos minutos al día.