Ocurrió en verano de 2015.
No solo fue esta anciana, sino un cúmulo de acontecimientos.
Pero sin duda lo que me pasó con ella representó un punto de inflexión.
De ahí que lo recuerde con especial detalle… y cariño.
A pesar de que lo que primero que despertó en mí fue un sentimiento muy concreto:
Frustración.
Verás.
Por aquella época yo ya estaba metido en historias del Método Natural de Georges Hébert.
Y saltaba y corría y trepaba y esas cosas.
Y, la verdad, podría decirse que estaba en forma, fit, sin hacer demasiado ejercicio convencional.
Para mí haber hecho aquel cambio ya supuso un gran qué, después de más de una década encerrado en gimnasios.
Aunque, siendo francos, había un pata de mi movimiento, tal vez la más importante, que cojeaba.
Lo pasaba un poco mal en algunos saltos por falta de flexibilidad en mis piernas.
Ya no te digo en las trepas.
De hecho, no era capaz ni tan solo de tocar el suelo con las rodillas extendidas.
Y mucho menos superar el famoso test de levantarse del suelo sin usar las manos.
Eso dice mucho sobre cómo de bien se mueven tus caderas (no es una mera cuestión de flexibilidad).
A todo ello le acompañaba una lógica sensación de rigidez continua a nivel lumbar –que suele ir de la mano de las caderas.
Ojo, que las lumbares siempre habían sido mi punto flaco.
En realidad podría haber sido cualquier otra parte del cuerpo.
El caso es que la tensión, las molestias, incluso rachas de dolor siempre eran mis compañeras de viaje.
Viajar, viajar.
El viaje y la anciana.
En julio de 2015 mi mujer y yo nos fuimos de mochileo por Tailandia.
De aquel viaje tengo un montón de buenos recuerdos… y otros no tanto, ojo.
De lo más guay es que aprendí muchísimo sobre movimiento en algunas incursiones, por así decirlo, que hicimos en un par de rincones bastante remotos, fuera de lo turístico.
Pero lo de la anciana pasó en una de las atracciones más guiris que te puedas tirar a la cara.
Uno de esos templos que visita todo quisqui, en Bangkok.
Yo ya estaba dentro del templo, descalzo, con mi mujer.
Sentados, esperábamos a que una ceremonia exprés empezara.
Ya llevábamos un ratito en el suelo, cuando entró una anciana adivino que japonesa.
Estando allí nos contaron que los japoneses y chinos del este, y también los surcoreanos, solían bajar a Tailandia en vacaciones.
Igual que aquí los ingleses, holandeses, alemanes, etc.
Para hacer bien el amor hay que venir al sur, ¿no?
En fin…
Que como ya acumulábamos unos minutos sentados en el suelo “de aquella manera”, quiero decir, de ninguna manera en especial, pues el cuerpo se empezaba a incomodar.
La anciana se me acerca.
Me mira y dibuja una sonrisa amable.
Y me hace un gesto con la cabeza como pidiéndome permiso para sentarse a mi lado.
Yo le devuelvo la sonrisa y asiento.
Y la “señora mayor” va y, ojo, sin tocar el suelo con las manos, se sienta.
Y no sobre el culo.
Lo hace sobre sus rodillas…
…y sus empeines desnudos.
¡Y más ojo!
No lo hace como solía sentarme yo en el suelo, en plan elefante.
Ella se movía como un gato.
¡¡Y mucho más ojo!!
Después de la mini-ceremonia / demo budista chachipiruli para turistas, pues había que levantarse.
Y ahí ya se hicieron más evidentes las diferencias y mi dolorosa frustración.
Ella, como si nada.
Yo… ¿como si todo?
No.
Como que todo.
Como que todo, de verdad, me dolía, después de estar sentado en aquel suelo duro unos tres cuartos de hora, cambiando de posición cada poco por la incomodidad.
Especialmente las rodillas y la espalda.
Y ella como si nada, después de una media hora en seiza, sin inmutarse.
Y como un gato. Se levantó con la elegancia de un gato, sin usar las manos de nuevo.
Y yo como un elefante.
Muy fit pero elefante.
Aquello se me quedó grabado a fuego.
Junto a otras anécdotas las cuales la gran mayoría implicaban a gente “mayor” en movimiento.
Fue cuando me di cuenta de que, efectivamente, algo estaba fallando.
Y la manera de moverme empezó a cambiar.
(Y, por cierto, de mis lumbares y caderas ni rastro el 99% del tiempo desde entonces).
Sería muy épico ser absolutista en este sentido.
Pero sin duda alguna aquel día más que probablemente determinó que diseñara el curso más gordo, importante y fundamental del tinglado que he montado.
Por no decir el que más beneficios reporta, con diferencia. Aquí:
Rober
PD: no hablé con ella, pero algo me dice que ejercicio como tal no hacía. Otras cosas sí, pero ejercicio no. Al fin y al cabo, yo hacía dos horas de ejercicio de lunes a sábado, y estaba tó tieso. Para moverte como una “anciana” hasta que seas bien mayor, en el enlace.