Esto no lo valoraba en mi antigua vida jipi

No lo valoraba porque, claro, si era jipi, es porque tenía todo el tiempo del mundo para mí.

Desde que nació Abril, como te puedes imaginar, esto ya no es así.

Mi vida ya no es solo para mí.

Y no tengo los horarios que me da la gana.

O sea, ojo con esto que, de alguna manera, este correo te sirve aunque no tengas crías.

Si tienes un trabajo o estudios que rigen tus horarios, te dejan con poco tiempo y a rachas te hacen ir como ahogado, también te será útil.

A ver.

Aclaro:

Yo nunca he sido un jipi.

Un jipi en plan aquellos de Ibiza, con rastas, que vivían en cuevas y comían lechuga y tocaban los timbales.

Digo que llevaba una vida jipi porque no tenía prácticamente ninguna obligación y, por qué negarlo, y a voluntad propia, llevaba una vida de supervivencia sin demasiadas preocupaciones.

Supongo que cuando eres joven y esas cosas, siempre que lo hagas a gusto y porque quieres hacerlo, pues está bien así.

Incluso desde el punto de vista laboral, al ser autónomo la agenda me la organizaba como mejor me convenía.

Hasta hubo una época que me lo monté para trabajar solo dos días a la semana.

Cuidado, que uno de esos días, los miércoles, me cascaba 12 horas de entrenamientos personales uno a uno, de 8 a 21 con una hora para comer.

Una barbaridad.

Y otro cuidado, que gran parte del resto de días me los pasaba escribiendo por amor al arte.

Ya ves, en realidad jipi a medias. Que currar, curraba.

Pero bueno, aquel sistema me permitía tener muchísimo tiempo libre y con máxima flexibilidad para entrar y salir de casa cuando quería.

No tenía horarios fijos ni para comer ni para domir.

Y podía irme a la playa, quedar con amigos, colgar las anillas en cualquier parque, practicar verticales, juegos, parkour… por más de 4 horas.

Mira tú.

En mi relato ya ha salido…

El movimiento.

Gran parte de mi día a día giraba en torno a él y podía pasarme horas y horas practicando.

Y justo por eso no valoraba lo que ahora valoro.

Algo que, joder… Tiene un valor incalculable.

Mira.

Nos han metido dos cosas en la cabeza.

  1. Que el “entrenamiento” debe durar un mínimo de tiempo. Vamos a poner entre 45 minutos y una hora.
  2. Que el “entrenamiento” tiene que estar planificado y programado, al menos si quieres obtener “resultados”.

Bueno.

Cuando escuchas los argumentos incluso les darías la razón porque tienen cierta lógica.

Aunque si tienes la perspicacia de un niño, ojo, de un niño, ya puedes intuir que son dos creencias de lo más absurdas.

Al menos Abril, que no tiene los tres años, cada día aprende algo nuevo sobre movimiento mejorando sus resultados.

Camina, corre, salta, trepa, gatea, lanza, carga, esquiva, empuja, se equilibra… mejor.

Y todo eso sin seguir un maldito programa ni completar largos entrenamientos.

¿Cómo narices lo hace?

Verás.

Voy a terminar de marear la perdiz porque esto se está alargando.

Hay una cosa, una lección, una comprensión que es muy sencilla de entender y que no admite discusión.

Es cierto que probablemente valga más la pena moverse una hora que 30 minutos.

Más en el contexto actual.

(Aquí habría que matizar que eso depende también de la calidad de esa hora versus los 30 minutos).

Igual de cierto que 30 minutos valen más que 20.

Y 20 más que 10.

Y 10 más que 5.

Pero lo más cierto es que cualquier cantidad de tiempo, incluso 5 minutos, vale más que nada.

El problema es que a menudo carecemos de estrategias, enfoques, herramientas de movimiento que nos permitan, pues eso, movernos ni que sea 10 minutitos.

Porque a lo mejor ese día no tenemos más.

Y entonces no lo hacemos nada de nada.

Y el resto de la historia ya nos la sabemos…

Esto, como te decía, no lo valoraba porque no me hacía falta valorarlo.

Pero ahora que voy de culo, vaya si lo valoro.

Y cuando tengo uno de esos días, contar con una herramienta como las Locomociones

…uff…

…me salva la vida, literalmente.

Rober

PD: libertad de espacio, de tiempo, de material y ojo… de movimiento. Poca broma con las Locomociones.