Acabo de llegar de hacerme una resonancia del cráneo y el cuello.
Algo rutinario anualmente para mí desde hace unos cuatro años.
Y, bueno, no sé si te has hecho alguna.
Pero eso de meterse en el tubo no suele ser agradable.
Y menos si es para “taladrarte” la cabeza.
Y mucho menos si te pasa lo que me ha pasado más o menos a la mitad de la RM.
Primero, la camilla no es que sea muy cómoda.
En mi caso diría que me va algo pequeña.
No se me salen los brazos por los lados por muy poco.
Y no es que yo sea muy ancho.
Luego, te meten la cabeza entre dos soportes.
Y te la encajonan entre ellos, aprovechando la presión de los cascos anti-metralletas.
La chica de radiología me aprieta fuerte y me empuja; yo solo no podría meterla ahí.
La cabeza, digo.
Después, por si no fuera poco, te ponen una especie de máscara que no te toca la cara, pero casi.
Creo que no tiene nada que ver, porque no la he visto desde fuera.
Pero cuando abro los ojos y veo eso en mi cara, me viene aquella imagen de Hannibal Lecter en El silencio de los corderos.
¿Cómo lo rematamos?
La camilla se desliza dentro del tubo.
Abres los ojos.
Y te ves ahí, como Tutankamón en su sarcófago.
Sin salida.
Todo es muy pequeño y está como pegado al cuerpo.
No puedes ni mirar fuera, hacia los pies, porque te acaban de ordenar que no te muevas ni un pelo.
Y además tampoco podrías sacar la cabeza, chafada entre los soportes.
Un poco tortura, la verdad.
Si tienes claustrofobia, vas apañado.
Y esto es solo el principio.
En cuanto llevas un rato lo empiezas a notar.
No hay nada que te despiste, que absorba tu atención.
Como cuando estás trabajando en el ordenador.
O conduciendo.
O chafardeando cosas en el móvil.
Aquí estás súper atento a lo que te está pasando.
Y lo que te pasa es que el cuerpo empieza a quejarse.
A veces de la lumbares, si no llevas bien eso de estar estirado bocarriba.
Lo más habitual es del cuello.
Estar estático tanto tiempo, y menos con cierta tensión de base, no le sienta bien.
¿Cuál es su instinto?
Cambiar ligeramente de posición.
¡Pero no!
Te están haciendo fotos de alta precisión en el cerebro.
No puedes moverte ni un milímetro.
Aunque las cervicales lo piden a gritos.
Necesitan sí o sí moverse cuanto antes.
Qué curioso, ¿no?
Es como que el cuerpo lo sabe sin necesidad de estudios científicos, gurús, aplicaciones…
En fin.
Si te pasa como a mí hoy, que encima a media resonancia me ha empezado a picar un oído, pues ya te cagas en todo.
Quieres mover la mano y llevártela a la oreja para rascarte.
Y no puedes.
Qué putada.
Esa foto panorámica:
Querer moverte, necesitar moverte…
…y no poder.
Mira.
No le vamos a dar vueltas a las causas y a nuestro estilo de vida porque nos lo sabemos de memoria.
Pero esto, justo esto que acabo de describir, nos pasa continuamente, todos los días.
Sin entrar en un tubo, claro.
Solo hace falta estar “metido” en una pantalla 5, 8, 10, 13 horas al día.
No nos damos cuenta de lo que pasa.
Pero luego pasa lo que pasa.
Y de aquí a unos años, si no sales de ella de vez en cuando para moverte un poco con cierta frecuencia y a diario, pasará lo que pasará.
El remedio, aquí: Movilidad Natural.
Rober
PD: ¡Mi método para no agobiarme! Contar. Contar respiraciones. Es simple y tremendamente efectivo. Cierras los ojos y te centras en tu abdomen. Y cuentas. Mejor si lo entrenas antes durante un tiempo, fuera del tubo. Hoy me han salido 227.
PD2: para enterarte de lo que realmente pasa (conciencia) y salir del tubo (acción) antes de que sea demasiado tarde, es en el enlace.