Por lo general, si a una persona le pides ejemplos de ejercicio físico, te responderá con salir a correr, ir en bicicleta, hacer unos largos en la piscina, levantar pesas, practicar yoga o Pilates, o acudir un par de días a la semana al gimnasio para hacer unas clases de Zumba y tonificación.
Un ejemplo de visión túnel, de anteojeras.
La mayoría, de la que yo formaba parte hasta hace unos pocos años, no ha comprendido que el movimiento está en todas partes, que somos movimiento, y que «hacemos ejercicio» cada vez que nos movemos. Caminar de casa al trabajo es ejercicio físico. Subir las escaleras del metro, siempre que no sean mecánicas, es ejercicio físico. Jugar con los hijos o el perro en el parque es ejercicio físico. Bailar en una fiesta es ejercicio físico. Correr para que no se nos escape el autobús es ejercicio físico. Cargar con la compra, instalar y colgar unas cortinas, y saltar un par de charcos en un día de lluvia para no mojarnos los zapatos es ejercicio físico. Incluso levantarse del sofá para ir a buscar unas galletas a la cocina es ejercicio físico.
Cualquiera de estos movimientos que realizamos cotidianamente es un ejercicio físico, requiere de un esfuerzo por parte de nuestro cuerpo, y lo podemos comprender como movimiento integrado.
Además, si nos fijamos bien, todos esos casos de movimiento, cada una de las situaciones de nuestra vida diaria que implican un esfuerzo físico, aunque sea mínimo, tienen un factor común: conllevan un desplazamiento del cuerpo, una locomoción. Es realmente difícil encontrar un gesto cotidiano que no implique cierto desplazamiento. Incluso colocar y ordenar la compra en los armarios de la cocina, típico ejemplo utilizado por los gurús del entrenamiento funcional, conlleva desplazarse ni que sea un par de pasos desde donde tenemos las bolsas hasta el armario en cuestión. De hecho, muy pocos movimientos habituales del día a día se asemejan a los gestos que se repiten una y otra vez en las salas de fitness de los gimnasios, ya sean analíticos o globales, siempre estáticos.
En definitiva, me atrevería a afirmar que el 99% de las veces que nos movemos es en forma de desplazamiento, de locomoción.
La cultura del fitness ha logrado inculcar la creencia de que para tener fuerza o desarrollar la resistencia muscular debemos levantar un peso o vencer una resistencia siempre externa a nosotros. Pesas, poleas, discos, gomas, balones medicinales, etc. Yo me pregunto: ¿acaso no es el propio cuerpo una resistencia a vencer o un peso que levantar y cargar cada vez que nos movemos?
Claro que lo es…
De hecho, es muy curioso ver lo que ocurre cuando a cualquier persona que lleva años levantando pesas o incluso trabajando con su propio peso corporal en estástico, que aparentemente ha desarrollado de manera notable su fuerza y resistencia, le pides que se locomocione, es decir, que se desplace de alguna forma, ya sea corriendo, saltando, trepando o gateando. Lo más habitual es que no sepa hacerlo, al menos con cierta soltura, eficiencia o incluso elegancia. No saben o no pueden moverse. No sabemos o no podemos movernos. ¿Por qué? Porque el tipo de ejercicio que llevamos años repitiendo no implica una locomoción, que no requiere solamente de capacidades específicas de fortaleza o resistencia, sino también de coordinación, técnica, equilibrio, movilidad, estabilidad e incluso inteligencia, en este caso cinestésica.
Y es una lástima, porque la locomoción, que podríamos apellidar como natural, la traemos de serie, es algo innato. Todos los niños saben moverse naturalmente. Es lo que llevamos haciendo durante cientos de miles de años, por no decir millones, nosotros, el resto de especies animales y todos nuestros antepasados, comunes y no comunes. Hasta las medusas se locomocionan, aunque sea como consecuencia involuntaria de su movimiento retráctil para filtrar el agua y alimentarse. Es una pena que con el paso de los años nos autolimitemos tanto, adormeciendo habilidades como saltar, gatear o trepar. Es una pena que una gran parte de propuestas de movimiento de nuestra cultura sean estáticas, algo que no podrá traer como consecuencia nada más que el deterioro de nuestras capacidades innatas de movimiento, aunque se disfracen como algo fit.
En realidad, como veíamos hace un momento, esa locomoción natural es algo que practicamos a diario, aunque probablemente con demasiada poca frecuencia y con demasiada poca variedad. Ya sabemos, de sobras, del daño que nos está haciendo nuestra vida acomodada, en forma de sedentarismo y movimiento repetitivo, cuando el universo de movimientos que somos capaces de realizar es mucho más extenso, prácticamente infinito, de forma natural.
Lo mejor de todo es que movernos como siempre nos hemos movido, la locomoción natural, es más que suficiente para mantenerse en forma, sano, móvil.
Además, si a esta locomoción natural le añadimos la práctica de una enorme diversidad de locomociones emergentes, culturales, como las del deporte o las artes escénicas, danzas, circo, etc., lo que podemos llegar a enriquecer nuestro día a día en movimiento se eleva exponencialmente, por no decir de manera infinita.
Y por si no fuera poco, gran parte de los distintos tipos de locomoción los podemos realizar en cualquier lugar y momento, sin planificaciones, sin instalaciones, sin aparatos, sin cuotas, sin repeticiones, sin gimnasios.
Las capacidades básicas humanas de agacharse, colgarse, tirar, levantar, empujar, etc., y los ejercicios que utilizamos para desarrollar dichas capacidades analíticamente no tienen sentido real si no se traducen en «macro-movimiento», es decir, primordialmente en locomoción.
Por eso, quien quiera adentrarse en la cultura del movimiento de forma longeva y sostenible debe dar el salto a la complejidad de la locomoción sí o sí, antes de que el sinsentido, la monotonía y la pérdida de capacidades para enfrentarse a lo complejo provoquen el abandono o la desidia, y con ello consecuencias nefastas para el potencial personal de movimiento, incluso de manera irreversible.
(He aquí un ejemplo de locomoción entre lo natural y lo artístico: el lagarto)
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