Movimiento integrado y movimiento intencionado. Definición, diferencias y la cruda realidad

Bueno, en esta cruzada de darle forma o estructura a esto de moverse, aunque ya lo he medio explicado alguna vez, a menudo se me escapa esta diferenciación entre movimiento integrado e intencionado, pero nunca he acabado de definirlos con cierta concreción.

Y es que ya empezamos mal porque, hoy día, para la mayoría de nosotros la cruda realidad es que cualquier movimiento que practiquemos ha de ser intencionado. De hecho este es uno de nuestros grandes desafíos, si no el mayor.

Sobrevivir ya no requiere movimiento. Pero para vivir con cierta salud, bienestar y calidad de vida sí es algo que necesitamos hacer con frecuencia. Y aunque parezca obvio, es una característica de nuestra cultura y sociedad de la que debemos ser muy conscientes a diario, siempre que nos interese movernos, claro. No hay otra.

Si te mueves, tiene que ser por voluntad propia, a propósito y a conciencia, con intención.

Si no, no te mueves, ya que todo tu entorno, interno –conservación de energía– y externo –comodidades, quéhaceres y entretenimientos pasivos diversos–, está concebido y presionando fuerte para que te lo ahorres.

Aún así, dejando por un momento este matiz a un lado para refinar un poco más los esquemas y hacer más comprensible el mensaje, de primeras lo que propongo es dividir toda nuestra expresión de movimiento en dos grandes grupos: el movimiento integrado y el movimiento intencionado.

Movimiento integrado

Por un lado, el movimiento integrado es toda aquella expresión de movimiento que puede –y creo que debería– estar presente en lo cotidiano, el día a día. Por eso lo de «integrado».

Algo de movimiento integrado, sea consciente o no, se haga a propósito o no, siempre está implícito, incluso para el más sedentario.

Cuando nos levantamos de la cama por la mañana y caminamos hasta el lavabo y después hasta la cocina, o al revés, ya podemos ver algo de movimiento integrado. Y cuando salimos de casa, si salimos, se supone que es caminando aunque, ahora que caigo, algunos solo caminan hasta el ascensor que les lleva al garaje que les lleva al coche que les lleva al garaje de su empresa que les lleva al ascensor que les sube a la oficina que les lleva a una silla con ruedecitas… ¡Maldita sea! ¡¡Se acabó el movimiento integrado!!

En términos de movimiento, precisamente es este EL PROBLEMA, una enorme carencia de movimiento integrado. En mayor o menor medida según cada persona, todos nos movemos muchísimo menos de lo que necesitamos movernos como seres vivos grandotes y complejísimos. Incluso he escuchado por ahí que nuestros científicos han concluido ya en muchas ocasiones que hacer ejercicio una hora al día no compensa las otras 23 de sedentarismo. Al sujeto que encaja en este perfil lo han llamado sedentario activo, y a largo plazo su «actividad» no supone ninguna diferencia significativa en cuanto a salud o esperanza de vida comparada con las de los sedentarios inactivos.

Lo pondré en plan cita como si lo hubieran dicho Einstein o Gandhi:

«El sedentario activo está tan jodido como el sedentario absoluto»

Por eso, completando la definición que ha quedado medio colgada, a menudo recurro al verbo IMPREGNAR para enfatizar la práctica de movimiento integrado.

Como el perrito que levanta la patita a cada árbol o farola que se encuentra por el camino, el movimiento integrado es toda aquella expresión de movimiento con la que podemos marcar, impregnar nuestro día a día moviéndonos más diverso y con mucha más frecuencia, interrumpiendo constantemente nuestros episodios sedentarios –que también vienen bien, por supuesto.

Para cerrar los debates en blanco y negro, insisto en que tampoco se trata de estar siempre en movimiento o, lo que es lo mismo, no estar nunca quietos. Descansar también es muy necesario, al igual que saber estar quieto sin hacer nada. La raíz de nuestro problema con el sedentarismo es una cuestión de frecuencia, diversidad y dosis de movimiento, demasiado escasas, pobres.

¿Ejemplos de movimiento integrado?

Primero, los típicos tópicos. Usar como motor las piernas, y no una máquina, para ir de un lado a otro. Escoger escaleras en vez de ascensor. Comprar en el barrio y arrastrar ni que sea el carro de la compra, y no ir a comprar en coche. Descansar con frecuencia de estar sentado delante del ordenador –¿descansar de estar sentado?; hasta dónde hemos llegado. Después, todos los que no hacen esto, se encierran en un gimnasio a pedalear al son de música paramilitar o se pegan palizas puntuales paseo marítimo arriba y abajo, como si sirviera de algo –vuelvan a leer la cita de Einstein/Gandhi de más arriba.

¡Además! Incluir otras propuestas menos sobadas, desde trabajar de pie –se empieza a escuchar pero todavía se ve muy poco–, pasando por hacer mini-rutinas de ejercicio de un par de minutos cada poco tiempo o instalar una barra en casa o en el trabajo para colgarse a menudo, hasta, por qué no, plantearse nuevos hábitos caseros como sentarse siempre en el suelo o cambios de lugar de trabajo o de residencia para dinamitar el tema de las conmutaciones y relocalizar su vida –un servidor, por ejemplo, lo hizo. «Ah, sí, claro, como si fuera tan fácil, tal como están las cosas». ¿Quién ha hablado de facilidad? Solo es una posibilidad más, mucho más factible y eficaz de lo que la mayoría cree.

Movimiento intencionado

Como decía, sin olvidar que lamentablemente el gran grueso de movimiento integrado va a tener que ser intencionado en cierta medida, la categoría de movimiento intencionado abarca toda aquella práctica de movimiento a la que dedicamos un tiempo y espacio significativo y concreto en nuestra vida.

Es justo ese «voy al gimnasio los lunes, miércoles y viernes de 19 a 20» del sedentario activo. O salgo a correr, o quedo con los colegas para jugar un partidillo de lo que sea, o acudo a clase de yoga o bachata, o completo la rutina X de la aplicación móvil Y en casa, o cuelgo las anillas en el parque y practico algo de gimnasia.

Este tipo de movimiento, más allá de movernos, tiene una intención explícita –que no objetivo–, disfrutar y desarrollar el movimiento/disciplina/actividad/deporte en concreto. Por eso es intencionado.

Y, de hecho, es el mejor momento para que florezcan otras intenciones que requieren de más dedicación, intensidad, volumen, atención y que no pueden nutrirse solamente a base de esos instantes de movimiento integrado con el que vamos impregnando nuestra jornada a poquitos.

Estas sub-intenciones pueden enfocarse tanto a nivel de capacidad, como puede ser desarrollar fuerza, movilidad, resistencia, coordinación, equilibrio, ritmo, control motor, como a nivel técnico, al aprender los patrones característicos del deporte o expresión artística que hayamos decidido practicar –tenis, escalada, Pilates, halterofilia, Parkour, jota aragonesa.

Movimiento integrado y movimiento intencionado. Los dos

Llevo años interesado en estos dos tipos de movimiento, investigando y, sobre todo, experimentando, y es muy curioso como, cuando lo expongo, muchas veces mi interlocutor se siente algo así como saturado. Uff, cuánto movimiento, cuánto trabajo.

Pues sí, my dear.

Una de las cosas en las que más insisto es en que el mediocre probablemente caería en un gran error si se dejara llevar por las presiones de la élite del movimiento, los gurús que se mueven desde antes de nacer, los especialistas. Que no. No se trata de alcanzar su nivel, su ritmo, sus diez horas diarias de entrenamiento, es decir, de movimiento intencionado.

Pero después de casi década y media en este mundillo tampoco puedo esconder o reprimir mi gran conclusión, realista, sincera y sensata, lo único de lo que estoy seguro: en occidente, los mediocres que conformamos las sociedades más opulentas –y sedentarias– del planeta necesitamos movernos muchísimo más en los dos terrenos de juego, el integrado y el intencionado. Evidentemente, tanto a nivel de tiempo como de logística, relaciones, dineritos y otros ámbitos, tal como lo planteo, esto afecta sistémicamente a toda nuestra vida, lo sé.

Fill meu, así son las cosas.

Si no nos movemos más, por un lado nos situamos a años luz de cuánto y cómo nos hemos movido a lo largo de nuestra evolución, y nuestro cuerpo se despista, por decirlo de alguna manera.

Y por otro, dejamos de explorar todo nuestro potencial de movimiento, dada la riqueza de todas las culturas y prácticas de movimiento que hoy existen y tenemos a nuestra disponibilidad, algo que nos encapsula en jaulas de movimiento muy estrechas, bajas, oscuras y no nos permite gozar de la libertad y nuestras posibilidades reales de movimiento.

Moverse no es la fuente de la salud, sino de la vida.

Y no hacerlo conlleva un alto precio a pagar, tan alto como el de no vivir plenamente.


Rober Sánchez – M de MovimientoSoy Rober Sánchez, director del Laboratorio de Movimiento, nuestra plataforma de entrenamiento online. Desde 2003 enseño a las personas a entrenar para construir cuerpos móviles, fuertes y hábiles, y poder moverse de verdad.

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