Practicar fitness no tiene nada de malo. Es una forma más de moverse. Si se hace a conciencia, no problemo.
Al fin y al cabo, en el movimiento y en la vida, todos hacemos “lo que podemos” con “lo que hay”.
Precisamente, el problema, el matiz es ese.
Lo que plantea el fitness, lo que te explican, lo que te venden, cómo te educan físicamente desde bien pequeño parece ser «lo que puedes hacer”, incluso “lo que debes hacer”, es decir, «lo que hay».
Y es mentira.
La consecuencia de la cultura de los límites
El fitness es inocente.
Más que nada porque es un resultado, una consecuencia de algo más grande, una cultura, la nuestra.
Esta cultura, ideada y promovida por los industrialistas hace ya más de dos siglos, tiene un objetivo concreto: que cumplas las normas y seas obediente, competitivo y productivo, y te centres en el resultado –la zanahoria.
La educación física no iba a ser una excepción, y lo que empieza bastante bien en la etapa infantil (juego, experimentación, expresión) se acaba difuminando durante la adolescencia en hacer caso al profesor, aprender y seguir las reglas de un deporte, competir contra los demás o contra ti mismo, y esperar la valoración de un juez que determinará si mereces o no el premio.
Da igual si, por ejemplo, te da miedo, no te interesa para nada o no le encuentras sentido a darle patadas a un balón, hacer una voltereta o dar vueltas a una pista corriendo a destajo durante 12 minutos. Tú cállate y hazlo.
Y encima, como no alcances los «estándares» que han establecido los académicos, que por lo general no tienen ni pajolera idea de moverse, te vas a llevar un bien, porque ponerte un sufi en «gimnasia» es muy triste y no voy humillarte tanto.
Así, lo que se te propone desde un principio no es la realidad, sino una versión modelada, parcial, incompleta de lo que podría ser tu realidad, y solo tuya.
Y tú, que no eres tonto, aunque alguien ha invertido mucho tiempo y dinero para que lo parezcas, tarde o temprano empiezas a intuir que algo no encaja, y muy probablemente llega el día en que sientes que vives en una rueda de hámster (concepto que aprendí hace ya unos años del “vividor” Ángel Alegre).
La versión limitada de nuestra práctica de movimiento no es un problema del fitness, sino de nuestra cultura y sus propias versiones, creencias y mandamientos.
Lo que puedes hacer, lo que debes hacer, lo que hay es:
· Pasar la selectividad, ir a la universidad, conseguir que alguien te contrate, trabajar para él toda tu vida y jubilarte (de “júbilo”: alegría, gozo, entusiasmo, placer) cuando ya has consumido más de tres cuartas partes de tu vida y estás en «plenas» facultades.
· Ganar dinero, casarte, ganar más dinero, comprarte un piso, ganar más dinero, comprarte un coche, ganar más dinero, tener hijos, ganar más dinero, comprarte otro coche más grande, ganar más dinero, comprarte una segunda residencia.
· Desayunar viendo la televisión. Comer viendo la televisión. Cenar viendo la televisión. Desayunar, comer, cenar, comprar, preocuparte por, votar, centrarte en… lo que dice la televisión.
· Pasar los sábados en el centro comercial. Y si queda poco para Navidad, también los domingos.
Y entre todo este barullo… bíceps, carreras, objetivos, HIIT’s, calorías, burpees, récords, espejos, épica, deporte, básculas, core.
Límites.
Crea tu cultura
Y no contra el fitness, o contra su espejo, simbólico y literal, el materialismo.
Y no una cultura o realidad para todos.
¿Cómo puedo saber que no estoy equivocado? ¿Quién soy yo para pensar que el mundo debe ser como yo quiero que sea?
¿Y tú? ¿Cómo lo sabes? ¿Y quién eres?
La propuesta es experimentar, desarrollar, evolucionar, crear una forma de moverse y vivir personal, individual, propia.
No una cultura del movimiento –como algunos promueven… y venden.
Sino TU cultura del movimiento.
Miro atrás y, casi sin saberlo, es lo único que he estado haciendo los últimos años desde que salí de la industria del fitness, abrí y después cerré mi centro de entrenamiento personal, empecé a escribir «en serio» y dar mis cursos, y finalmente monté mi laboratorio virtual de movimiento.
Crear MI cultura, mientras intento compartirla y alinearla con otras culturas, tantas como personas se cruzan en mi vida.
Y romper los límites.
No los de la cantidad, ni en plan épico –siguiendo otra vez las normas, persiguiendo inconscientemente todos esos más guapo, más lejos, más alto, más duro, más rápido, más, más, más.
Sino los límites de la realidad que nos han impuesto.
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