Cómo moverte (y entrenar) en invierno. Dos maneras de observarlo

*También podría haberlo titulado «Cómo ahorrarte energía, tiempo y sufrimiento en invierno».

Si lo haces al tuntún, si lo concibes como «ejercicio», lo más normal es que lo hagas normalmente.

Y, desafortunadamente, en este sentido lo normal no tiene sentido alguno.

Porque lo normal, lo habitual, lo convencional es no observar y, en consecuencia, no comprender y, en consecuencia, meter la pata hasta el fondo.

Entonces, el abordaje más normal dentro de la normalidad, y el que se promueve en redes, blogs, podcasts y entrevistas chachipirulis, porque es lo más vistoso y épico, suele rondar lo de la disciplina, hacer lo que debes hacer aunque las «circunstancias» no sean óptimas y otras tantas bobadas.

Con tal de estar siempre en la cresta de la ola —pasando por alto que para que haya pico también tiene que haber valle.

Con tal de seguir «progresando» hacia la persona que quieres ser mañana —cosa que implícitamente conlleva la no aceptación y el rechazo de la persona que eres hoy.

Todo el deber y el sacrificio que sea necesario.

Aunque el instinto, la intuición, la naturaleza y la propia vida te estén gritando que es justo en la dirección contraria.

Otra muestra más de la ceguera imperante.

¿Ves cuánto desgaste, cuánta lucha, cuánto sufrimiento?

Cuando lo único que hace falta es observar los hechos.

No las ideas, no las opiniones, no los métodos, no las disciplinas, no las conclusiones.

Los hechos.

CÓMO MOVERTE EN INVIERNO OBSERVANDO HACIA FUERA

Mira los hechos «de fuera», sin catalogarlos.

Solo mira.

Yo miro.

Veo que las horas de luz disminuyen y el Sol no se levanta tanto.

La naturaleza, aunque eternamente viva, «se apaga». Jamás cesa, pero se modera. Si sales al monte, «escucharás» más silencio que en primavera y verano.

Mi hija de tres años, Abril, ha añadido dos horas de sueño por la noche.

Y las duerme todas del tirón acurrucada, apenas sin moverse, cuando en agosto tenía dos o tres despertares y cambiaba constantemente de posición, abriendo y extendiendo los brazos y las piernas, todo lo que el cuerpo le daba de sí.

Al igual que mi perra, Lula, que en julio me despertaba a base de lametones antes de las 6 de la madrugada para salir a ver el amanecer, y ahora no quiere saber nada de mí hasta las 11 de la mañana.

Los hechos, solo mirándolos, sin juzgarlos, son evidentes.

Todo aquello que de alguna manera sigue vinculado, conectado a los ritmos naturales de la vida, ha cambiado su comportamiento y adecuado su respuesta al otoño y el invierno.

Y, lo más importante: de forma espontánea.

Nada planificada, ni mucho menos pautada, y diametralmente opuesta a lo que se consideraría una manera disciplinada.

Si no lo has mirado, y por lo tanto no lo has visto, y por lo tanto no lo has entendido, para un momento y observa.

CÓMO MOVERTE EN INVIERNO OBSERVANDO HACIA DENTRO

Esto es un poco más complicado.

Primero, por evolución: hasta hace relativamente poco tiempo, confiarle nuestra suerte a los sentidos, especialmente a la visión, a lo que vemos con los ojos, lo de fuera, ha sido la mejor alternativa. El cambio radical que ha sufrido nuestro contexto vital no lo hace tan necesario. De hecho, quizá haya llegado el momento de desconfiar un poco de la interpretación de lo percibido, ligeramente, y más teniendo en cuenta los últimos descubrimientos en neurociencia. Aunque suene paradójico con lo de mirar hacia fuera.

Segundo, por educación y cultura: nos adoctrinan para que solo miremos hacia fuera, y no los hechos, sino las expectativas. El trabajo, el dinero, las relaciones, las posesiones, la carrera, los viajes a Bali, las reacciones a las fotos de Instagram, incluso el propósito de nuestra vida y la «autorrealización». Las zanahorias, vaya.

Y tercero, por miedo (es decir, ignorancia): eso de mirar hacia dentro debe ser algo esotérico, místico, espiritual, religioso, pseudocientífico, exótico. ¡Vendehúmos!

Aunque tarde o temprano la vida te pone en tu sitio.

Porque te acabas hartando de solo rebuscar fuera.

Total: ya lo has hecho cientos, miles, millones de veces, y por cada una de ellas acabas volviendo al mismo punto.

Buscar y buscar y buscar donde no es.

Cavar y escarbar y excavar un hoyo cada vez más profundo.

Disciplinadamente, por supuesto.

El día de la marmota.

Mira los hechos «de dentro».

Yo miro.

Y veo la pereza, la desgana, el sueño, una menor capacidad de foco y concentración, cierta desmotivación, incluso tristeza y melancolía, «frío» (interior).

A veces alguna chispa, algún arranque, algún subidón. Sobre todo cuando más he descansado. Y los aprovecho, claro que sí.

Pero la tónica, la dinámica general es la que es.

Podría resistirme, negarla, rechazarla, «gestionar» mis emociones y dejarlas a un lado porque «me alejan de la persona que quiero ser mañana» y mis objetivos (y mis deseos y necesidad de control y certidumbre) y tal y Pascual.

Pero, como dijo uno de los más grandes, «todo lo que resistes, persiste». (Jung)

Y acostumbra a hacerlo con más fuerza.

¿Aplicamos una dosis de lucha, deber y disciplina épica, estoica, como buen «emperador» de mi vida?

Por supuesto que no.

Porque no hay nada que ganar, que mejorar, que batallar, que conquistar, que dominar.

Solo observar.

Y…

CÓMO MOVERTE EN INVIERNO A TRAVÉS DE LAS DOS MIRADAS

Ya termino.

Sé que esto puedo sonar raro.

Verás:

Con el tiempo, si te paras a observar irás viendo una cosa:

No hay ni dentro ni fuera.

Todo es un continuo.

Y, precisamente, lo que jode la historia es que separamos la cosa y rompemos esa continuidad.

Luego, la cosa no fluye.

He ahí el conflicto, la fricción, el sufrimiento.

Por eso, para saber cómo moverte en invierno, sea de la manera que sea o, mejor dicho, sea de TODA la manera, porque en realidad solo hay UNA manera (no dos, adentro y afuera), lo único que necesitas es observar.

Observar ni dentro ni fuera, o dentro y fuera unido.

Y, a partir de la observación, ver.

Ver y comprender.

Comprender y respetar.

Y, desde la observación, la comprensión y el respeto, actuar, moverte.

¿Vivir?

Así es justo cómo moverte en invierno.

(Y siempre, porque no existe ningún otro momento, por cierto; aunque es lo dejamos para otro día).

Rober Sánchez

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