En la cultura de lo estructurado es muy habitual encontrarse con preguntas como esta:
–Rober, cuando se trata de movimiento integrado, ¿qué hago? ¿El protocolo de sentadilla? ¿El estiramiento de la puerta? ¿Los deslizamientos de cuello? ¿Los perros de yoga? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántas repeticiones? ¿Cada cuánto pongo la alarma? ¿Puedo alargar los Pomodoros?
No pasa nada. Es lógico. Los mediocres somos un reflejo de nuestra educación y de cómo funcionan la mayoría de cosas a nuestro alrededor, sistematizadas.
En un principio sí, los protocolos, las rutinas, las series y las repeticiones nos ayudan a acceder a eso más grande, el movimiento, en este caso integrado. Como novatos estamos en modo transitorio. O sea, ni una cosa ni la otra, ni no moverse ni moverse.
Pero con el tiempo, como ya dejé entrever cuando presenté mi despacho de suelo y los estiramientos que hago entre ratos de trabajo estático, a la vez que hablaba de sacudirme o bailar, lo realmente interesante es deshacerse de lo aprendido, de los programas, de las estructuras y de las alarmas o trucos que nos adviertan de que ya llevamos mucho tiempo sin movernos.
Si aprendemos a escuchar, el cuerpo es la alarma.
Si aprendemos a movernos, ya no hacen falta sistemas.
Claro que sí, aunque los mediocres lo veamos a años luz.
Evidentemente, esto requiere de tiempo, mucho tiempo, conciencia, mucha conciencia y, sobre todo, práctica, mucha práctica.
(Otro ejemplo de lo que hago entre ratos de trabajo. ¡Ojo al instinto de mi perra y lo primero que hace al levantarse!)
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